Elisa Ferrer: "De adolescente, los cuentos de Cortázar provocaron en mí aún más ganas de escrib
Elisa Ferrer (L'Alcúdia de Crespins, Valencia, 1983) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universitat de València, diplomada en Guion de cine y televisión por la Escuela de Cine de Madrid y graduada en el Máster de Escritura creativa en español por The University of Iowa, donde fue miembro del equipo de redacción de la revista Iowa Literaria. Trabajó como guionista de televisión y como analista de guiones de largometraje para el Departamento de Ficción de RTVE. Ha publicado artículos y poemas en diversas revistas literarias, entre ellas la Revista Temporales de la New York University o Contratiempo de Chicago. Es autora del ensayo «The Royal Tenenbaums» en Wes Anderson (Plan Secreto, 2014) y del cuento «Don Hipólito» en la antología Historias de clase (RiE, 2014). Temporada de avispas es su primera novela.
Fotografía: ORIETTE D'ANGELO (Diario Las Provincias)
Texto: Bio de la autora en la web de Tusquets
- Comencemos con una idea fuerte. ¿Qué significa para usted la literatura?
La literatura para mí, como lectora y como escritora, es un refugio. Un lugar en el que poder esconderme cuando no entiendo lo que sucede a mi alrededor y que, de algún modo, me da herramientas para comprenderlo.
- ¿Cuales son las lecturas que considera básicas en su formación?
Empecé a leer muy pequeña. Los libros de Los Cinco de Enid Blyton me convirtieron en la lectora apasionada que sigo siendo. Las novelas del Boom Latinoamericano que llenaban las estanterías de mis padres me descubrieron hasta dónde era capaz de llegar la literatura. Recuerdo que pasaba horas mirando sus contraportadas para decidir en qué orden iba a leerlas. De adolescente, los cuentos de Cortázar provocaron en mí aún más ganas de escribir, de jugar con las palabras, al igual que las novelas de Almudena Grandes, de Miguel Delibes, de Mercè Rodoreda. En los años de universidad, cuando empecé a llenar mis propias estanterías, entraron muchas escritoras y escritores anglosajones, como Virginia Woolf, Lorrie Moore, Raymond Carver, David Foster Wallace, Siri Hustvedt o John Cheever. Supongo que me dejo muchos títulos, sobre todo, de autoras y autores que leí en Iowa, pero si empiezo a enumerar no acabamos nunca.
- ¿Desde cuando escribe? ¿Cómo definiría su proceso creativo?
Escribo desde pequeña, primero escribía cuentitos y poemas. En la adolescencia empecé también a escribir guiones de cortometrajes. Un día, cuando ya llevaba varios años trabajando como analista de guion, me di cuenta de que necesitaba retomar la literatura, jugar con el lenguaje literario de ese modo que no te permite el lenguaje cinematográfico. Me apunté a talleres de escritura para tomármelo en serio, ponerme deadlines y dotar de un cierto orden a mi escritura. Mi proceso creativo es bastante caótico y, si no me pongo fechas, se vuelve muy irregular.
Me cuesta embarcarme en un proyecto, pero cuando lo hago se convierte en algo obsesivo y le dedico muchas horas. Soy una escritora lenta y entro en períodos de bloqueo. Me bloqueé cuando llevaba la mitad de Temporada de avispas, y aunque fue duro, estos momentos me llevaron a replantearme la historia y a reflexionar sobre ella, lo que al final resultó muy enriquecedor.
Hay días en los que escribo un párrafo y lo corrijo durante horas, otros ni siquiera avanzo, sólo corrijo lo escrito, esos son los más duros. Menos mal que están esos días en los que durante un par de horas rozo el nirvana, porque me olvido de todo y entro en la historia como si no hubiera nada más a mí alrededor. Creo que es por la satisfacción que me provocan esas pocas horas por lo que me gusta tanto escribir. Con el tiempo me he dado cuenta de que el resto de los días, los del bloqueo y la corrección, son necesarios para conseguir esas horas mágicas. He empezado a aceptar (entre dientes) que todo forma parte del proceso creativo.
- ¿Cuál es el germen de Temporada de avispas (Tusquets, 2019)?
Temporada de avispas nace de un cuento que escribí hace ya cuatro años. Por entonces vivía en Madrid, trabajaba en una oficina cuadrando cuentas, algo que nada tenía que ver con mis estudios en Comunicación Audiovisual y en la Escuela de Cine. Tras un par de años ejerciendo como guionista, encontré ese trabajo alimenticio en plena crisis, un trabajo que me aburría y me frustraba. Llevaba un tiempo asistiendo al taller de escritura y recuerdo que un día me puse a escribir un cuento sobre un despido, un cuento que disfruté mucho. Y creo que lo disfrute por la voz de la protagonista que acababa de crear, Nuria. Tanto, que se me quedó pegada. Así que escribí otro cuento protagonizado por ella. Quería saber más cosas sobre Nuria y de ahí nació otro relato, este sobre su infancia. Escribí cuatro o cinco cuentos más protagonizados por Nuria en mis ratos libres en Madrid (que eran pocos), y fueron los que me llevé a Iowa City cuando conseguí la beca para el MFA in Spanish Creative Writing en la Universidad de Iowa. Tenía muchas ganas de desarrollar lo que en ese momento se me antojaba un libro de cuentos protagonizados por el mismo personaje. Allí, con dos años por delante para escribir, en lugar del tiempo fragmentado del que disponía en Madrid, me di cuenta de que lo que tenía entre manos era una historia de largo aliento. De hecho, una de mis compañeras del taller de narrativa de Iowa me dijo que me dejara de eufemismos, que lo que estaba escribiendo era una novela. Supongo que eso también ayudó a que me lanzara a por ello.
- ¿Cómo recibió la noticia de que había ganado el Premio Tusquets Editores de Novela 2019?
Envié la novela al Premio sin ningún tipo de expectativa. Suena a tópico, pero la verdad es que me presenté por una cuestión puramente práctica. Acababa de terminar un manuscrito más o menos decente, pero sabía que me quedaba mucho trabajo de edición por delante. Me gusta ponerme deadlines para editar, que me marquen el ritmo y me obliguen a seguir. Por eso me metí en www.escritores.org, busqué concursos de novela cuyo plazo fuera cercano y vi que el del Tusquets vencía en dos semanas. Pensé que era un premio inalcanzable, pero el plazo me encajaba muy bien para editar. Trabajé muchísimo esos días, envié el manuscrito unas horas antes de que terminará el plazo y me olvidé por completo.
En septiembre, estaba en el trabajo y en el descanso vi que tenía varias llamadas perdidas de un número desconocido, llamé de vuelta y cuando escuché «¿Eres Elisa? Soy Juan Cerezo, de Tusquets Editores», me quedé alucinada. Juan me dijo que el jurado aún no se había reunido, pero que le gustaría publicar la novela. Esa llamada para mí ya fue el premio. Una semana después me avisaron del fallo y fue un momento increíble, hablé con todos los miembros del jurado, pero estaba tan nerviosa que no podía construir una frase entera. Fue increíble. Aún a día de hoy me cuesta creérmelo.
- En esta novela una dibujante se queda sin empleo a causa de los recortes. ¿Crees que la crisis económica ha sido un trauma que se ve reflejado en la novela actual?
La verdad es que aparece en muchos de los libros publicados en estos últimos años. No sé si ve reflejado en la novela actual (me quedan muchas por leer), pero sí creo que ha supuesto un trauma generacional y que es inevitable que se filtre en las historias que contamos, como esas plantas que aparecen de manera inesperada en las juntas de las baldosas.
- En la novela se reflexiona sobre el rol de la figura paterna cuando esta se ausenta. ¿Considera que este efecto genera una personalidad distinta en la infancia del personaje y en su edad adulta?
Bueno, más que generar una personalidad distinta en las dos fases de su vida, de algún modo genera un efecto rebote. El trauma que produce la ausencia del padre en la Nuria niña marcará cómo será la Nuria adulta. Me apetecía mucho hacer un juego con la memoria, un diálogo entre la Nuria niña y la Nuria adulta porque, aunque a los treinta ya no es la misma persona que fue a los cinco, seis o siete años, sus vivencias de entonces marcan, de un modo u otro, su manera de transitar por el mundo ahora.
- ¿Qué representarían las avispas en la novela?
Las avispas encierran los temores de Nuria, los traumas de la infancia, y su obsesión por dibujarlas es su manera de hacerles frente. Además, el shock que le supone la primera picadura de avispa a Nuria niña es una metáfora de ese momento en el que nos damos cuenta de que los padres (en este caso, su madre) no son los superhéroes que creíamos, sino que son personas de carne y hueso que más que ser nuestros salvadores, hacen lo que pueden.
- ¿Esperaba el recibimiento que ha recibido su obra hasta el momento?
La verdad es que no, para nada. Estoy muy sorprendida. Como te decía, mandé el manuscrito al concurso sin pretensiones, y el premio, la publicación, las buenas críticas y la nominación al Premio de la Crítica Valenciana y al EUPL me siguen teniendo en shock. De verdad, está siendo increíble. Nunca pensé que los años y el trabajo que invertí en Nuria y sus avispas fueran a ser recompensados así. La verdad es que el recibimiento de la novela me tiene contentísima.
- ¿Qué títulos recomendaría para esta época de inestabilidad?
Os recomiendo un libro de no ficción de Maggie Nelson, The argonauts (Graywolf Press, 2015), traducido al español en Tres puntos ediciones (2018); Essays de Lydia Davis (MacMillan, 2019), las novelas Las primas de Aurora Venturini (Literatura Random House, 2015), Play it as it lays, de Joan Didion (Farrar Straus & Giroux, 1970) —en su traducción al español Según venga el juego (Literatura Random House, 2017)—, Aleksandr Solzhenitsyn. Crimen y castigo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires de Lolita Copacabana (Barrett Editorial, 2018), o los maravillosos poemas de Este frío no es nuestro, de Helena Mariño (entropía ediciones, 2019). Libros increíbles que nos llevan a momentos muy alejados de esta «nueva normalidad» que estamos viviendo.
- Para terminar, ¿tiene algún proyecto en marcha o finalizado del que pueda adelantar algo?
Estos días de encierro e incertidumbre están siendo de todo, menos inspiradores. Tengo un par de ideas, pero necesito el tiempo y la disposición para ponerme con ellas y ahora me encuentro acabando un máster que no me deja tiempo para escribir. Estoy deseando que llegue el verano para empezar a darles forma a estas ideas. No soy capaz de contarlas, porque a medida que las pienso van cambiando y ahora son difíciles de asir en mi cabeza. Será cuando me siente a escribir cuando comenzarán a concretarse y volverán, espero, esos días de divertirse, de bloquearse, avanzar y sufrir frente al temido folio en blanco.