Reseña: Angélica Liddell, El centro del mundo
Título: El centro del mundo
Autora: Angélica Liddell
Editorial: La uÑa RoTa ISBN: 978-84-95291-29-5 Nº de Páginas: 180 págs.
Sinopsis:
Tras el éxito de La casa de la fuerza (Premio Nacional de Literatura Dramática 2012) en el Festival de Otoño y en Aviñón, donde supuso toda una revolución, Angélica Liddell regresa ahora con la trilogía «El centro del mundo», un libro sobre la pérdida de la inocencia y el riesgo de crecer y llegar a ser ¿quién?
El volumen contiene tres obras tan sugerentes como intensas, Maldito sea el hombre que confía en el hombre, Ping Pang Qiu y la reciente Todo el cielo sobre la tierra (El síndrome de Wendy), en las que Liddell, con su ritmo envolvente e irreductible, practica el extraño arte de «pensar contra sí misma».
En conjunto, El centro del mundo es un libro conmovedor sobre la pérdida de la inocencia y la desconfianza, el conflicto de la edad y el riesgo de crecer y llegar a ser ¿quién? Una venganza contra el fraude de la vida y las demostraciones de poder que consisten en la destrucción de lo bello y el exterminio del mundo de la expresión, pues «allí donde no se necesita la belleza se mata más». Pero también es un canto a la pureza de lo desconocido, a su amor imposible por China (que en mandarín, 中国, significa precisamente «el centro del mundo») y, en definitiva, a todo lo que se resiste a ser descifrado.
Mi última lectura de 2020 consistió en una relectura de una obra que me fascinó en mi época universitaria y que supone un reencuentro con la obra de esta polifacética y polémica dramaturga antes de enfrentarme a su Guerra interior (La uÑa RoTa, 2020). Hay libros que conservan ese "magnetismo" inicial tras varias lecturas y quizá este sea un buen exponente de este concepto por lo intensamente atraído que me siento con cada lectura.
Angélica Liddell es para mí una "autora tsunami", es decir, una autora que consigue inundarte por completo, que arrasa con todos y cada uno de los principios que se creen inamovibles y cuya agresividad discursiva es directamente proporcional a su relación con el mundo.
«Si hubieras llorado lo suficiente comprenderías que el
tipo que te vende pan cada mañana sólo puede ser
una persona despreciable.
Incluso recién nacidos estamos sucios.
Cuando hayas llorado lo suficiente vuelve por aquí.
Uno se convierte en una persona despreciable a fuerza
de conocer a gente despreciable.
Ahora yo también soy una persona despreciable,
la más despreciable.
Y espero respetar el dinero lo suficiente para alejarme
definitivamente de todos, o para que se alejen
de mí.
Si para quedarme sola tuviera que insultar a mi
propio hijo lo insultaría.
Hasta aquí hemos llegado.
Y te aseguro que es necesario haber amado mucho,
haber confiado mucho, y haber llorado mucho para
llegar hasta aquí.»
El centro del mundo es un volumen compuesto de tres piezas tan sugerentes como intensas, Maldito sea el hombre que confía en el hombre, Ping Pang Qiu y lTodo el cielo sobre la tierra (El síndrome de Wendy). En ellas asistimos a una reflexión sobre la vida y el fraude que supone, a la frustración y al riesgo que implica el crecimiento o a los juegos de poder que existen en todas las cosas del mundo. Especialmente interesante es el análisis que hay sobre China, ya que nace de la fascinación más intensa y juvenil y se contrarresta con la visión más cruda y demoledora de su política social. Las dos partes de una misma realidad que en ningún momento de la obra pueden convivir, sino que se golpean brutalmente al mismo que tiempo que la autora se desengaña. Sin duda, todas las obras de este volumen podrían definirse como una autoficción de Liddell, muchas veces corrosiva, contra sí misma.
«La mediocridad vive en tu auxilio.
Por eso nadie rechaza la mediocridad.
El término medio.
La falta de exigencia.
Porque la mediocridad está en sintonía con nuestra
parte ruin, ínfima, ¿lo entiendes, padre? Ínfima.
La mediocridad nos hace sentir bien.
Nos hace creer que no somos tan ruines, tan ínfimos.
Nos hace creer que no somos tan infelices (...)»
En resumen, El centro del mundo es la crónica en tres actos de un amor imposible, de un desengaño. El mundo en el que vivimos es injustificable, violento, y solo podemos enfrentarnos a él a base de fervor por lo que creemos sólido. Asimismo es también un canto a la belleza de lo desconocido, en la cual se buscan nuevos pilares para una vida feliz, sin más desengaños. El exterminio del mundo se presenta también como una solución (in)evitable cuando la fisura es especialmente profunda.
«Y me alivia pensar que incluso, esos que aman la vida así, con ese fervor sanguinario, los que se sienten orgullosos por devorar la vida, los que se lo llevan todo por delante con ese hambre de vida, los caníbales, faraónicamente libres, de una libertad totalitaria, tan libres que abandonan incluso su cerebro y su corazón, incluso esos van a morir, envueltos en heces y orines, tarde o temprano, sólo hay que esperar, están hechos de la misma materia que su propio cadáver, y yo ya espero, y escupo.»
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