Reseña: Theodor Kallifatides, Otra vida por vivir
Título: Otra vida por vivir
Título original: Μια ζωή ακόμα Autor: Theodor Kallifatides
Traductora: Selma Ancira Berny Editorial: Galaxia Gutenberg ISBN: 9788417747152 Nº de Páginas: 160 págs.
Sinopsis:
«Nadie debería escribir después de los setenta y cinco años», había dicho un amigo. A los setenta y siete, bloqueado como escritor, Theodor Kallifatides toma la difícil decisión de vender el estudio de Estocolmo, donde trabajó diligentemente durante décadas, y retirarse. Incapaz de escribir y, sin embargo, incapaz de no escribir, viaja a su Grecia natal con la esperanza de redescubrir la fluidez perdida del lenguaje.
En este bellísimo texto, Kallifatides explora la relación entre una vida con sentido y un trabajo con sentido, y cómo reconciliarse con el envejecimiento. Pero también se ocupa de las tendencias preocupantes en la Europa contemporánea, desde la intolerancia religiosa y los prejuicios contra los inmigrantes hasta la crisis de la vivienda y su tristeza por el maltratado estado de su amada Grecia.
Kallifatides ofrece una meditación profunda, sensible y cautivadora sobre la escritura y el lugar de cada uno de nosotros en un mundo cambiante.
Creo que desde que supe de la existencia de este texto siempre quise leerlo y después de tantos meses de espera por fin he podido hacerme con un ejemplar. Pese a que desconocía la obra literaria de Kallifatides me ha cautivado la propuesta de este título y la emoción con la que la crítica viene hablando de esta obra, hasta el punto de que ha sido una de las obras más recomendadas en este 2020.
No hay duda de que Otra vida por vivir de Theodor Kallifatides es una obra realmente sensible. Un texto que surge de las entrañas y en la que el orden, la estructura y la corrección sucumben al organismo. Guste o no guste este texto es imposible negarle al autor que su legado literario de mayor importancia se concentra en esta brevísima pieza que habla de una gran diversidad de temas.
Especialmente interesantes me parecen los pasajes donde nos habla de su relación con la literatura y lo que supuso para él la emigración a muy temprana edad. En esta especie de confesiones, el autor se desnuda ante el lector explorando las inevitables dicotomías entre vida-literatura, sociedad-política, sentimientos-necesidades. Precisamente la vinculación de ideas es tan necesaria en este texto que se salta de unas a otras con gran facilidad.
Desde que de adolescente leí Cumbres borrascosas de Emily Brontë, relacioné el amor impetuoso pero desdichado con tormentosas condiciones meteorológicas. Lo mismo había ocurrido con muchas otras cosas en mi vida. Hacía lo que hacía no sólo porque así lo deseaba, sino porque alguien más lo había dicho y lo había escrito. La literatura había dado forma a mi vida casi tanto como las condiciones políticas y económicas de mi época. Sólo que antes yo no me daba cuenta. Lo mismo ocurría con el gran <<si>> de la emigración. Me fui no sólo porque no encontraba trabajo o porque la presión política era severa, sino porque el hombre que se va, que quema las naves, es alguien muy común. Como aquel que vuelve o aquel que no olvida.
En el texto se habla también de la relación con su familia, algo que no ha logrado interesarme en ningún momento, pero Kallifatides muestra como esos elementos anexos a su vida han distorsionado la realidad de su vida y el concepto de pertenencia a algo o a algún lugar. Ese punto de vista es bastante interesante desde un punto de vista cosmopolita. La sociedad moderna es fruto del multiculturalismo y la sensación de pertenencia a un lugar es un concepto más complejo que antes, al igual que los propios sentimientos.
En vez de pensar en mi esposa, mis hijos y mis nietos, me sorprendí pensando en un viejo amor, y no porque mi familia no me importa y el viejo amor sí, sino porque ese idilio armonizaba con aquel decorado: con el viento, con el mar alebrestado y la ciudad. Nos gusta presumir de que nuestros sentimientos son auténticos. Con frecuencia lo son. Pero con la misma frecuencia son una puesta en escena de un gran director: el arte que nos rodea, los libros que hemos leído, los cuentos que nos contaban cuando éramos niños. La mitología sobre el primer amor, el primer beso o el primer gol permean a nuestros sueños y a nuestras esperanzas y finalmente dan forma a nuestras reacciones.
Algo con lo que quizá no coincido tanto con el autor es su visión sobre la lengua. El sueco se convierte en lengua de uso diario por necesidad, pero creo que falta en el texto una reflexión sobre el estado actual de su relación con la lengua. Me parece complicado imaginarme, o soy demasiado romántico, que Kallifatides haya escrito toda una obra en sueco si esa lengua es simplemente una lengua de uso. La literatura es, en mi humilde modo de verlo, una materialización del amor por las palabras.
La emigración es una especie de suicidio parcial. No mueres, pero muchas cosas mueren dentro de ti. Entre otras cosas, tu lengua. Por eso me siento más orgulloso de no haber perdido mi griego después de haber vivido cincuenta y cinco años en Suecia, que de haber aprendido el sueco tan bien como lo he aprendido. Lo segundo fue una obra de la necesidad, pero lo primero es un acto de amor. Una victoria contra el olvido y la indiferencia.
En resumen, esta obra es una lectura verdaderamente profunda y con la que es fácil empatizar si en algún momento de tu vida has sido emigrante o si simplemente reflexionas sobre todo aquello que consideras propio. Si no se es capaz de adaptar ese punto de vista, creo que los parlamentos sobre literatura no son tan interesantes como cabría esperar y que las conclusiones quizá no sorprendan a nadie. Es decir, su intensidad no es arrolladora si nos resistimos pero se convierte en una lectura bastante sugestiva si nos dejamos llevar.
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